¿Recordáis que os dije que la cuesta que llevaba al albergue-convento era endiabladamente empinada? Pues fijaos si lo era, que los que iban en bicicleta tuvieron que bajarla andando y Gerardo, por supuesto, en la furgoneta. Con todo y con eso, a las 07:30 estábamos ya pedaleando por el llano. El nuevo horario estaba en marcha.
A pesar de ser tan temprano íbamos en malla corta, como se ve en la foto. La temperatura era muy agradable, tal vez demasiado, lo que hacía presagiar que hacia el mediodía lo más probable sería que nos derritiéramos. Y así fue pero, para eso, aún faltaba un rato y antes tengo que hablar del precioso ambiente peregrino que vivimos durante el desayuno. En la cocina del albergue nos juntamos la gran mayoría de los que habíamos pasado allí la noche y, en cuanto nos sentamos, comenzó el amable ritual del compartir:
Michelle nos ofreció café....Nosotros le ofrecimos cereales a Michelle y a sus amigos....Uno de los amigos de Michelle nos ofreció mermelada....Le sonreímos y le enseñamos nuestra mermelada mientras decíamos que "no gracias"....El peregrino de los pies grandes se quedó mirando nuestra bolsa de provisiones....Le hicimos un gesto de "adelante, sírvete" al peregrino de los pies grandes....El peregrino de los pies grandes se puso colorado mientras negaba con la cabeza y con la sonrisa....El peregrino oriental entró haciendo reverencias a todo el que le miraba....Todo el que cruzaba su mirada con el peregrino oriental, le devolvía las reverencias como si las hubiera hecho toda la vida....La peregrina de más edad recogió sus cosas y nos acercó media barra de pan y un brick de leche mediado para que dispusiéramos de ello si nos apetecía porque ella se iba a marchar y no iba a llevarlo consigo....
Amable ritual miles de veces compartido por los peregrinos en los albergues del Camino.
Llevábamos hechos no más de 15 kms cuando la vimos. Al principio pensamos que era una descarada por mostrarse así. Ni eran horas para eso, ni el lugar era el apropiado, ni tampoco había tanta confianza entre nosotros. aunque, después, cuando estuvimos más cerca y la vimos bien, nos dimos cuenta de que lo que habíamos tomado por frivolidad (una joven tomando el sol boca arriba tal como su madre la trajo al mundo) no era otra cosa que desgracia (una víctima de atropello despojada de sus vestiduras posiblemente por la brutalidad del impacto).
Como ese día la etapa tenía 70 kms, decidimos hacer la parada en torno al kilómetro 40. MariMar se adelantó como siempre para buscar el lugar apropiado y, también como siempre, terminó localizando algo ideal. Junto a un pequeño grupo de casas había un bar de carretera con unas mesas debajo de un emparrado. Le explicó al dueño el extraño grupo de ciclistas que estaba a punto de aparecer y le pidió permiso para usar una de esas mesas. El hombre, muy amable, le dijo que sí, de modo que mi hermanita se apostó al borde del asfalto a la espera de que llegáramos y, en cuanto nos vio, se puso en medio de la calzada agitando los brazos para canalizarnos hacia ese particular oasis. Al bajar de las bicis no tuvimos más que sentarnos y empezar a zampar los bocatas que tenía preparados. Aunque también llevábamos bebida (la madre de Gerardo nos había mandado una caja de tetrabricks gigantes de zumo), entramos a comprarla en el bar para agradecer el gesto al buen hombre. Fue un alivio haberlo hecho porque al ratillo de habernos sentado Gerardo tuvo que ir al baño y eso, sin consumir nada en el establecimiento, hubiera sido el colmo de la caradura.
NOSOTROS TAMBIÉN QUISIMOS TENER PRUEBAS DE NUESTRO PASO POR ALLÍ |
Si el registro de PROPIEDADES de la foto no miente, eran exactamente las 12:31 cuando nos cruzamos con él. Al principio nos pasó desapercibido porque caminaba muy cerca de uno de aquellos inmensos campos de girasoles junto a los que llevábamos media mañana pedaleando, pero, en el último momento, cuando estábamos a punto de pasar por su lado, giró ligeramente la vista hacia nosotros y pude ver la sonrisa que se dibujó en su rostro al vernos llegar. Nos costó un poco entendernos con él porque no teníamos nada en común excepto el hecho de encontrarnos allí y la importante coincidencia de que todos teníamos esa tonta sonrisa que se graba en la cara de los peregrinos cuando están en el Camino. Creo que la idea de la foto fue tanto suya como nuestra. A Gerardo le hizo una ilusión inmensa conocerlo. De vez en cuando aún pregunta por aquel extraño peregrino con la cara tan llena de granos.
Llegamos a Buonconvento en torno a la una y media y nos dirigimos directamente a la "Parrocchia de San Pietro e Paolo" que era el lugar en el que se daba cobijo a los peregrinos en aquella localidad. La iglesia estaba cerrada a cal y canto pero, al dar una vuelta a su alrededor, encontramos sobre el suelo una piedra con una especie de litografía de un peregrino y una flecha que señalaba hacia una gran puerta de madera. En ella había colgado un papel plastificado que ponía "Albergue de peregrinos" y tenía un par de nombres y dos números de teléfono. Las caras largas al ver la puerta de la iglesia cerrada se tornaron en sonrisas al encontrar los teléfonos. Marcamos el primer número y, después de una puñetera larga ristra de "Tuuuut's", la llamada finalizó sin que hubiera respuesta. Tranquilidad, no pasaba nada, aún teníamos el otro número. Lo marcamos con cierto escepticismo y... "tuuuut.... tuuuut... tuuuut..." más de lo mismo. Guardé el móvil y me giré hacia la panda dispuesto a renegar... pero me contuve porque vi llegar un Citroen AX del año de la pera que se dirigió hacia nosotros y estacionó justo a nuestro lado. De él bajó un hombre de unos cuarenta años que nos saludó muy serio...
- Buongiorno. Sono il padre Domenico. Sei pellegrini?
A GERARDO NO LE CABE NINGUNA DUDA DE QUE ÉL SÍ QUE ES UN PEREGRINO |
La alegría que nos dio escuchar estas palabras sólo es comparable a la que nos llevamos cuando vimos lo chulo que estaba el sitio. Nos cedieron el primer piso que, por la decoración, se debía dedicar a la catequesis durante el año. En las pequeñas aulas habían dispuesto camas a mogollón de modo que todos nosotros cogimos en una de ellas (de las aulas, no de las camas). En la otra punta del piso había otro pequeño cuarto con tres camas en las que se acogieron dos romeros caminantes que, como todos los que encontramos, y tal como la propia palabra indica, se dirigían a Roma. Dos baños con ducha, uno en cada uno de los extremos de la planta, completaban el ajuar de la hospedería. En la planta de abajo había una inmensa cocina completamente equipada y varias mesas gigantes de esas que se usan para comidas de familias numerosas o de peñas de amigos, todas ellas flanqueadas por largos bancos de madera. En definitiva, un auténtico lujo peregrino.
CARTEL PEGADO DETRÁS DEL RETRETE DEL ALBERGUE "ESO QUE TIENES EN LA MANO NO ES UNA MANGUERA. EN EL SUELO NO HAY NINGÚN INCENDIO. RELÁJATE Y APUNTA AL RETRETE" |
Comimos una increíble ensalada y fruta y, por la tarde, después de la pequeña siesta de Gerardo, nos acercamos a Siena a hacer un poco de turismo y a zamparnos unos deliciosos helados italianos. Ese día me di cuenta de que lo mío es pedalear por la mañana y escribir por la tarde porque después de las dos horas de pateo llegué de regreso al albergue hecho unos zorros. De hecho creo que fue el último paseo al que me apunté. Debo reconocer, no obstante, que el esfuerzo mereció la pena. Siena es una ciudad preciosa y su helados son para chuparse los dedos, eso sí, caros como la madre que los parió.
VARIAS ESTAMPAS DE SIENA CON UNOS POSTIZOS DE VIGO |
Llegamos al albergue sobre las 19:30 y, entre unas cosas y otras, empezamos a cenar poco después de las 20:30. En torno a las 22:00 estábamos todos más que pasados de rosca así que empezamos a desfilar a la cama. El primero en meterse en la piltra fue, como siempre, Gerardito que nunca pierde comba en eso de planchar la oreja. Cayó como un bendito y tras un par de conatos de queja del estilo... "Javier, apaga la luz que me molesta" y "Javier no hagas ruido que no me dejas dormir" resueltos por mi parte con un cínico "pero que dices, vejete protestón, si tú no ves ni oyes; anda cierra los ojos y duerme" a lo que él respondió con una risa socarrona y un sonoro "¡¡Bop!!, tú siempre dices tonterías", terminó quedándose frito y haciendo su habitual sólo de "ronca", que es como él llama a los ronquidos.
Empecé a impacientarme cuando todos estuvieron ya en la cama y yo a punto de meterme en ella. Había cometido el grave error de no pactar con los romeros italianos la hora de llegada al albergue antes de marcharnos de paseo y, desde que habíamos llegado de Siena, no les habíamos visto el pelo. No podíamos cerrar la puerta y dejarlos fuera... y tampoco me apetecía nada dejarla abierta e irnos a dormir. Bajé un par de veces a la planta baja pero, ni estaban ni había rastro de ellos en la calle. Coloqué un papel doblado entre la puerta y el marco, a la altura del pestillo de la manija, para poder arrimarla sin que se cerrara, y volví a subir a nuestro cuarto cagándome en todo. Al llegar arriba todo estaba oscuro y en silencio así que entré de puntillas y me senté en la cama a esperar. Al momento escuché unos susurros en la habitación del fondo. No me lo podía creer. ¿¡¡Cómo era posible que los colegas estuvieran en su cuarto!!? Me acerqué y, efectivamente, allí estaban. Resulta que don Doménico les había dado la llave de una puerta trasera que nosotros no conocíamos y habían llegado mientras yo hacía guardia abajo. ¡¡Seré burro!! Me tocó volver a bajar, quitar el papel de la puerta y, por fin, cerrar a cal y canto.
Buenas noches. Mañana será otro día.
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