Esa noche Gerardo durmió como un lirón y no se despertó hasta que sonó el despertador. No, no, no os confundáis. No fue el despertador el que le despertó. Menudo es él para levantarse cuando se queda dormido. Tuve que zarandearle de lo lindo para conseguir que abriera los ojos y se decidiera a mover el culo fuera de la cama. Estaba tan adormilado y le costó tanto ponerse en movimiento que fuimos los últimos en bajar a desayunar. Todos los demás estaban ya sentados en la mesa cuando nosotros dos salimos de las escaleras y caminamos el tramo de pasillo hasta la cocina-comedor. Justo antes de las mesas había un último desnivel que se salvaba con tres escalones. Como hacemos siempre, apoyé una de las manos de Gerardo en la pared, le sostuve por la otra y empezamos a bajar. No sé que porras hizo el coleguilla en el segundo tranco que, en lugar de buscar el suelo, dejó un pie en el aire y..... ¡¡¡patapám!!! Él quedó sentado y a mi me tiró de espaldas. Me pegué un batacazo de órdago. El pobre se llevó un susto de campeonato y, como notó que le golpe había sido fuerte se deshizo en preguntarme cómo estaba, si me dolía mucho, si podría subir en la bici.... Por suerte no pasó nada más allá de un ligero dolor de rabadilla.
Salimos de Buonconvento poco después de las 07:00 y enfilamos hacia Siena. La primera parte de la jornada pasó volando y enseguida se hizo la hora de almuerzo. Mentiría si dijera qué fue lo que nos tuvo de menú MariMar ese día porque no me acuerdo, pero lo que no he olvidado es el atracón que se pegó Gerardo y la pose de gordinflas satisfecho con la que nos regaló mientras los demás recogíamos las cosas y nos preparábamos para seguir Camino.
Salimos de Buonconvento poco después de las 07:00 y enfilamos hacia Siena. La primera parte de la jornada pasó volando y enseguida se hizo la hora de almuerzo. Mentiría si dijera qué fue lo que nos tuvo de menú MariMar ese día porque no me acuerdo, pero lo que no he olvidado es el atracón que se pegó Gerardo y la pose de gordinflas satisfecho con la que nos regaló mientras los demás recogíamos las cosas y nos preparábamos para seguir Camino.
El perfil de la etapa era muy llano y los kilómetros pasaban sin sentir. Nos entreteníamos con el típico paisaje de la Toscana, hecho de pequeños collados coronados por casas señoriales a las que se accede por senderos flanqueados por cipreses.
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ENTRE CIPRÉS Y CIPRÉS, PEREGRINO DEL DISCAMINO |
Como ya expliqué en una entrada anterior, estábamos madrugando más de lo habitual para ganarle al sol la diferencia horaria existente en Italia con respecto a España y menos mal que lo hicimos así porque al llegar a Colle de Val di Elsa nos perdimos. En vez de tirar hacia San Gimignano, cogimos la carretera que llevaba a Castello San Gimignano, que no tenía nada que ver. Resumen del cuento: kilómetros de idiotas para allá + kilómetros de castigo para idiotas de regreso + lo que nos faltaba desde el cruce del despiste hasta la preciosa ciudad-fortaleza medival = llegada a las 13:30, fritos de calor, medio rotos del esfuerzo y el cabreo, sudados para escurrir y escuchando a Gerardo desde hacía más de una hora: "Javier, se me abre la boca. Tengo hambre."
Nada más llegar se nos planteó el dilema de cómo encontrar el Convento Sant'Agostino, lugar en el que íbamos a pasar la noche. ¿Deberíamos entrar en la ciudadela o sería mejor rodearla? Preguntamos a un paisano y nos dijo que lo mejor era rodearla y entrar por otro lado. No nos convenció demasiado su respuesta y decidimos pasar por el enorme portal de piedra y volver a preguntar. Una vez dentro nos encontramos en una calle semipeatonal perfectamente empedrada llena de comercios. Podríamos decir que era como la fortaleza de Valença do Minho pero a lo bestia. La calle estaba abarrotada de gente de modo que había que ir pedaleando a paso de persona. Uno de nosotros, no recuerdo quien, entró a informarse en una tienda. Estábamos parados, esperando a que saliera, cuando se nos acercaron un chico y una chica y nos preguntaron si éramos el grupo de Vigo que estaba yendo a Santiago desde Roma. Nos quedamos de piedra. Resultó que eran una pareja de vigueses que nos habían visto en los periódicos y en la tele antes de irse de viaje de placer a Italia. Aún no habíamos acabado de superar la sorpresa cuando se nos acercó un matrimonio de mediana edad acompañado de un niño y dos chavalitos. También nos conocían. Eran andaluces y habían visto en Canal Sur el documental EL DESORDEN DE LOS SENTIDOS. Aquellos minutos los vivimos como si estuviéramos inmersos en una especie de reality consistente en tomar el pelo al personal. Toda aquella gente se despidió de nosotros deseándonos buen camino y buena suerte.
Nada más llegar se nos planteó el dilema de cómo encontrar el Convento Sant'Agostino, lugar en el que íbamos a pasar la noche. ¿Deberíamos entrar en la ciudadela o sería mejor rodearla? Preguntamos a un paisano y nos dijo que lo mejor era rodearla y entrar por otro lado. No nos convenció demasiado su respuesta y decidimos pasar por el enorme portal de piedra y volver a preguntar. Una vez dentro nos encontramos en una calle semipeatonal perfectamente empedrada llena de comercios. Podríamos decir que era como la fortaleza de Valença do Minho pero a lo bestia. La calle estaba abarrotada de gente de modo que había que ir pedaleando a paso de persona. Uno de nosotros, no recuerdo quien, entró a informarse en una tienda. Estábamos parados, esperando a que saliera, cuando se nos acercaron un chico y una chica y nos preguntaron si éramos el grupo de Vigo que estaba yendo a Santiago desde Roma. Nos quedamos de piedra. Resultó que eran una pareja de vigueses que nos habían visto en los periódicos y en la tele antes de irse de viaje de placer a Italia. Aún no habíamos acabado de superar la sorpresa cuando se nos acercó un matrimonio de mediana edad acompañado de un niño y dos chavalitos. También nos conocían. Eran andaluces y habían visto en Canal Sur el documental EL DESORDEN DE LOS SENTIDOS. Aquellos minutos los vivimos como si estuviéramos inmersos en una especie de reality consistente en tomar el pelo al personal. Toda aquella gente se despidió de nosotros deseándonos buen camino y buena suerte.
ASÍ ENTRAMOS EN SAN GIMIGNANO |
Con las indicaciones del tendero y la ayuda de un mapa que nos prestó, localizamos enseguida el convento. Nos recibió el padre Brian, un religioso estadounidense que hablaba español casi perfectamente. Su acogida fue de lo más cálida. Tras los saludos de rigor nos guió a un ala del convento y nos mostró dos habitaciones vacías para que extendiéramos en ellas esterillas y sacos de dormir. Al lado había dos cuartos de baño y en el piso superior un comedor-cocina. Todo eso lo puso a nuestra disposición.
Después de comer en el propio comedor del convento los restos de la ensalada del día anterior y unos bocatas con las conservas Grandes Hoteles de nuestros amigos de Thenaisie Provote, mientras yo me quedaba trabajando en esta historia, el grupo salió a dar una vuelta con la intención de localizar una lavandería y hacer una colada con toda la ropa sucia de los últimos días.
Después de la colada dieron un paseo por San Gimignano y compraron unos corazones en la tienda de Vicky, una joven ecuatoriana que los rotulaba con la inscripción que quisieras. A las 20:00 nos reunimos todos para cenar en un barecillo de la ciudad y nos acostamos lo más pronto que pudimos. Mañana será otro día.
PRESENTACIÓN DE GERARDO AL PADRE BRIAN. EL HOMBRE FUE MUY CARIÑOSO CON NUESTRO QUERIDO AMIGO QUE VE POCO, OYE POCO Y SIGUE HABLANDO... MUCHO NO, MUCHÍSIMO |
GERARDO Y SU QUERIDA MAR. |